martes, 28 de junio de 2016

El estigma y la partida

El dolor por otra final perdida solamente se apaciguó con una tristeza todavía mayor, la concreción de la pesadilla más temida: no contar más con Lionel Messi en el seleccionado. Después de otro título que se le escurrió como jugador del conjunto nacional, el mejor del planeta anunció su alejamiento. El héroe acusa el golpe recibido por un equipo que parece víctima de un maleficio que no le permite cortar una racha adversa de más de dos décadas, la peor de su historia..

En los 26 años transcurridos desde 1990 Argentina disputó diez finales y perdió ocho, las últimas siete de manera consecutiva, tres en los 24 meses que van de junio de 2014 a hoy. La de la Copa América Centenario agiganta el karma. Es posible encontrar explicaciones en el juego, realizar análisis tácticos y contemplar aspectos organizativos de cada una de las caídas enfiladas una tras otra. Pero las finales de las Copas América de 2004, 2007, 2015 y 2016, la del Mundial 2014, la de la Copa Rey Fahd 1995 y la del torneo en el cual derivó aquella competencia saudí, la Copa de las Confederaciones, en el año 2005 no pueden ser enhebradas por un consecuente hilo conductor. El destino del equipo nacional parece hechizado para arrodillarlo una y otra vez en la derrota que más duele.

Una nueva frustración, otra vez ante Chile, como el año pasado en Santiago pero esta vez en Estados Unidos, tiene razones futbolísticas, claro; pero también hay que contemplar el aspecto psicológico y emocional. No podrá saberse cuánto le pesó a este grupo de jugadores las dos finales que había perdido en los últimos dos años y el lastre de la acumulación de 23 años sin vueltas olímpicas.

La a caída por penales en Nueva Jersey tuvo como epílogo una mucho más profunda en el anuncio de Lionel Messi. “La Selección no es para mí. Ya está, es por el bien de todos. Lo intenté mucho, son cuatro finales. Lamentablemente no se dio lo que más buscaba que era un título con la Selección”, pronunció lacónico al abrirse la puerta del vestuario. Y se fustigó injustamente: “Es una tristeza grande y encima me toca errar el penal a mí. Era importantísimo hacerlo para sacar diferencia”. Antes de arrodillarse y enterrar el rostro en el césped, de hundirse en el banco de suplentes y de llorar por otra copa que se escapó, el rosarino había hecho en la cancha todo lo que le era posible. Siempre rodeado por cuatro adversarios y golpeado artera y sistemáticamente para no prosperar en el campo, de todas maneras era, como siempre, la llave maestra del ataque.

Ese fútbol de dirigentes que terminaron de dinamitaran la AFA y empobrecieron los clubes, de barrabravas delictivas y plateístas desbocados, de estadios sin visitantes, de un Tribunal de Disciplina penoso, ese fútbol que indujo a poner todo bajo la lupa de la sospecha acaso no se merezca a Messi. Pero lo necesita, imperiosamente, depende casi absolutamente de una cabeza capaz de procesar la mejor jugada en una mínima fracción y de uno pies para ejecutarla con una maestría sin igual.

Messi no es ninguno de los problemas de la Selección. Es, por el contrario, todas sus soluciones. Su renuncia, como toda decisión personal, no puede ser cuestionada. Resta esperar que no sea definitiva, que se trate de un tiempo de oxigenación y recarga para que el seleccionado vuelva a gozar con el privilegio de tener a uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol.
(Foto: Elpais.com / AFP-Nicholas Kamm)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com