miércoles, 23 de abril de 2014

Cuestión de arqueros: proyectar al primero en el tercero

De los 23 futbolistas que el 8 de junio partirán rumbo a Brasil como parte del plantel mundialista, uno viajará con la certeza de saberse sin chances de participar en los encuentros que disputará el seleccionado. Esa carta jugada de antemano es la que se le reparte a quien ocupa en la lista la posición de tercer arquero. El desafío es entonces aprovechar esa plaza, darle algún sentido que vaya más allá de un arquero con condiciones y aceptación grupal. Se trata de pensar a futuro, ir más allá y que el entrenador supere por influencia su propia gestión.

El lugar en cuestión parece reservado hoy para Agustín Orión. Si las cosas van bien para Argentina, el número uno de Boca cumplirá 33 años en Brasil y el Mundial habrá marcado, seguramente, el final de su ciclo en la selección. Así ocurrió en 1994 y 2002 con Noberto Scoponi y Roberto Bonano, respectivamente, elegidos como última alternativa para el arco por Alfio Basile y Marcelo Bielsa.

Lejos de ser el cierre de una trayectoria, ese sitio debería marcar a fuego el tramo inicial de una carrera prometedora. Se trata de evitar una citación inocua y generar una productiva. Para esa capitalización la mirada debería estar puesta en el futuro, dándole la posibilidad de vivir un Mundial a quien se intuya que en cuatro u ocho años puede ser protagonista adentro de la cancha.

Esa visión a futuro fue la que tuvieron Daniel Passarella en 1998 y José Pekerman en 2006. El primero llevó a Pablo Cavallero, que tenía 24 años, y el segundo a Oscar Ustari, de 19. En el caso del arquero surgido en Vélez, la proyección se completó, ya que cuatro años más tarde, en el fatídico Mundial de Corea y Japón, conformó la alineación inicial en los tres partidos. Había dos antecedentes previos en el mismo sentido, el de los arqueros campeones del mundo: Ubaldo Matildo Fillol había ido como tercer arquero a la Copa del Mundo de 1974 (en el que finalmente atajó dos partidos) con 23 años y al siguiente fue titular; y a los 24 Nery Pumpido viajó a España 82 detrás del propio Fillol y Héctor Baley para luego, en México 86, atajar los siete partidos.

Precisamente en la conquista azteca se dio una particularidad con el tercer arquero. Carlos Bilardo había elegido a Héctor Zelada por una cuestión de beneficios, ya que jugaba en el club América desde 1979 y su inclusión en la lista posibilitó que la selección se concentrase en el predio del popular equipo mexicano. De todos modos, en aquel plantel había un arquero juvenil, Luis Islas, suplente con 20 años y quien sería titular dos Mundiales después, en Estados Unidos 1994.

Hace cuatro años, Diego Maradona también confió en alguien joven, pero no como una apuesta a futuro ni como primer sustituto, sino para darle la mayor responsabilidad. El arquero en Sudáfrica, con 23 años, fue Sergio Romero. Alejandro Sabella lo mantuvo en su ciclo y lo respaldó aun ante la falta de continuidad de la última temporada. Así se encamina a ser el primer arquero en atajar dos Mundiales consecutivos como titular desde que Pumpido lo hiciese en 1986 y 1990. Antes de aquella ocasión se habían repetido en ediciones consecutivas de la Copa del Mundo Antonio Roma, en 1962 y 1966, y Fillol, el único en haber atajado en tres Mundiales al disputar los últimos dos partidos de 1974, los siete de 1978 y los cinco de 1982.

Argentina jamás utilizó tres arqueros en un Mundial, y alineó a dos distintos solamente en 1930 (Ángel Bossio y Juan Botasso), 1962 (Roma y Rogelio Domínguez), 1974 (Daniel Carnevali y Fillol) y 1990 (Pumpido y Sergio Goycochea). Si no fuese por una imposición de la FIFA, probablemente más de un director técnico optaría por armar su nómina solamente con dos arqueros; pero la regla no puede ser omitida.

El torneo local ve destacarse a varios arqueros jóvenes. Gerónimo Rulli es una realidad en Estudiantes con 22 años, Fernando Monetti mostró sobradas condiciones en Gimnasia desde antes de sus 25 actuales y Agustín Marchesín es una consolidada figura de Lanús a los 26 años. Ellos encarnan un futuro muy prometedor desde un presente con argumentos sólidos. Por presente y sobre todo porvenir, por el lugar que podría esperarle a alguno de ellos en la selección, significaría un gran beneficio que uno fuese parte del plantel mundialista en Brasil 2014. Se trata de una apuesta, de todos modos de mínimo riesgo y cuya ganancia futura puede ser grande.
(Foto: Periodismodigital.com)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 15 de abril de 2014

Sabella, decidido por los suyos

La elección le pertenece, se la obliga su cargo y la sostiene el sólido argumento del conocimiento íntimo y detallado de los protagonistas a partir de la convivencia. Alejandro Sabella, técnico del seleccionado, parece tener decidida la lista mundialista para Brasil hace rato. El entrenador está convencido de los suyos, del valor de los futbolistas que sostuvieron su proceso al frente del conjunto nacional, más allá de los rendimientos actuales.

Si bien la mayoría de los nombres que se vislumbran en la nómina de 23 se impone sin objeciones, un puñado de futbolistas ingresaron en cierto limbo.

Los casos más emblemáticos en este sentido son los de Fernando Gago y Ever Banega, dos futbolistas con roles muy similares asignados en el seleccionado y que arrastran un tiempo prolongado de actuaciones muy por debajo de las que supieron mostrar. Con 28 años el porteño y 25 el rosarino, ninguno de los dos resaltó en la reinserción en el fútbol argentino. Vinieron a buscar algo que no encontraron.

Ambos regresaron de Europa después de conflictos en el mismo club, Valencia. Entonces, Gago pegó la vuelta de España para sumarse a Vélez, pero lo que a todas luces se presentaba como una incorporación de lujo para el club de Liniers se transformó en una enorme decepción: apenas ocho partidos en un semestre, producto de lesiones encadenas una tras otra. El regreso a Boca se inició también con problemas físicos; superada esa etapa habitó el mediocampo xeneize sin señas del que fue. Destacaron más los gestos de fastidio que su juego. Una nueva lesión acaba de dejarlo afuera del equipo por lo que queda del torneo. Muy bajo en su nivel y con un físico de cristal, es temerario pensarlo para siete partidos en un mes.

Por su parte, Banega se sumó a Newell´s, club ligado a sus afectos, y también su actualidad lo expone disminuido. Sin la cantidad de minutos en cancha que podía augurársele y con desempeños discretos, lejos de imponer condiciones, su imagen se ha distorsionado. El equipo rojinegro perdió el rumbo y en ese naufragio no encontró a qué aferrarse. Al igual que en el caso de Gago, no marcó la diferencia que se esperaba y que, por caso, en sus regresos a la Lepra sí impusieron Maximiliano Rodríguez y Gabriel Heinze.

Gago y Banega encabezan una lista a la que se le agregan más nombres, pero Sabella confía en los suyos. Los conoció en su mejor versión y debe augurar la reaparición de esas prestaciones a partir de la motivación que genera un Mundial. Las incógnitas son grandes, pero el entrenador parece decidido a asumir el desafío de resolverlas.

Los entrenadores quieren para los grandes desafíos a los futbolistas en los que más confían. Buscan el éxito con las herramientas que entienden mejor se ajustan a la tarea requerida. No hay cuestionamientos para ese comportamiento. Sin embargo, una lista mundialista debería tener lugares reservados para la actualidad más furiosa, para esos jugadores que en los meses previos a la cita más importante muestran jerarquía y aptitudes destacadas. El caso más emblemático es el de Héctor Enrique, pieza vital en la conquista del Mundial de México, quien antes del campeonato solamente había jugado dos partidos en la Selección (ante Noruega e Israel), ambos en el mismo año 1986.

Sin tiempo para pruebas y ensayos, la lista se adivina cerrada hace mucho tiempo en la cabeza de Sabella. El técnico se la juega por los suyos, aún con los riesgos del caso por los desconcertantes mensajes que le mandan algunos de sus futbolistas.
(Foto: Telam.com.ar)
Patricio Insua
patinsua@gmail.com