martes, 26 de julio de 2011

Uruguay, nomás

Con 15 años en la Selección uruguaya, Sebastián Washington Abreu es un símbolo de la Celeste. En los cuartos de final de Sudáfrica 2010 pateó un penal que entró en la rica historia del fútbol oriental. Con todo, en la Copa América Argentina 2011 apenas jugó tres minutos y no tocó la pelota. Tras la consagración en la final ante Paraguay se estrechó en un conmovedor abrazo con Oscar Washington Tabárez, el técnico que le dio apenas 180 segundos de acción. Un imagen, una síntesis del espíritu charrúa.

Uruguay fue el mejor equipo de la competencia. Ejecutó un libreto con primacía de sus virtudes por sobre sus carencias como ningún otro. Tuvo una superioridad relativa al ser más que los demás seleccionado intervinientes, pero en términos absolutos no será un equipo recordado. Sin embargo, impuso condiciones con músculo, inteligencia y aprovechamiento de su talento. Tuvo mentalidad de campeón y convencimiento en un sistema a partir de estar consustanciado con la idea de su entrenador. Que los futbolistas admiren y respeten al técnico por su capacidad es una condición excluyente para el éxito. No todos los equipos que logran esa comunión son campeones, lugar reservado sólo para uno; pero es difícil encontrar uno que lo sea sin esa base.

“No hay que decirle jamás a un futbolista qué tiene que hacer, sino mostrarle ideas”, explicó el Maestro en la conferencia de prensa posterior a la última victoria, la del 3-0 ante los paraguayos. Además, consultado por la obtención de la 15° Copa América, el subcampeonato en el Mundial para menores de 17 años y la clasificación a los Juegos Olímpicos que el año próximo se disputarán en Londres, el ex entrenador de Boca apuntó al trabajo iniciado hace cinco años, cuando con su regreso al seleccionado uruguayo se estableció el programa de Institucionalización de los procesos de la Selección nacional y la formación de sus futbolistas.

Por cierto que momentos difíciles se encuentran con una breve mirada hacia atrás; por ejemplo en la necesidad de disputar un repechaje ante Costa Rica para clasificarse a la cita sudafricana. Pero pese a las dificultades se confió en un concepto integral y sin la urgencia del cortoplacismo. Si se confía en lo que se hace, si el trabajo está calificado y las pautas son claras, la mirada trascendental marca el rumbo.

Uruguay se consagró campeón en Argentina con fortaleza colectiva, inteligencia táctica, jerarquía en la marca (aunque lejos de ser un equipo golpeador, con algunos excesos permitidos por los malos arbitrajes), una gran delantera compuesta por Luis Suárez (el mejor jugador del torneo) y Diego Forlán, orgullo, pleno sentido de pertenencia y apartado un dilema imperante en el fútbol como tal vez en ningún otro deporte, el de la estética versus el rocoso funcionamiento integral. No quedará en la historia, pero supo trabajar en pos de un logro más allá de cualquier individualismo.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
Patinsua@gmail.com

martes, 19 de julio de 2011

Lo urgente y lo importante

Sergio Batista tiene un discurso vacío y los jugadores son los primeros en advertirlo; saben que están a las órdenes de alguien que no está calificado para el cargo. Son o fueron dirigidos por entrenadores como Joseph Guardiola, José Mourinho, Marcelo Bielsa, Alex Ferguson, Roberto Mancini y Rafael Benítez; entonces, la ineludible comparación con el DT argentino resulta insultante. Son futbolistas de elite y necesitan un técnico de elite, a quien respeten, admiren y obedezcan. Quienes creyeron a Batista a la altura de las necesidades son los principales culpables.

Las contradicciones en sus declaraciones públicas no pueden más que transmitirse hacia el interior del grupo. Tras la eliminación ante Uruguay negó una mala actuación de la defensa, cuando la dupla central compuesta por Nicolás Burdisso y Gabriel Milito había tenido un pésimo desempeño. Los zagueros cometieron faltas sistemáticas en los intentos de anticipo y en cada uno de esos tiros libres el juego aéreo oriental fue incontenible por falta de planificación para contrarrestarlo. En una nota en la revista El Gráfico, José Luis Brown contó que a Batista no le gusta trabajar con pelota detenida, algo decididamente preocupante y que no puede admitirse en el máximo nivel, en el cual muchas veces los detalles son definitorios. Y esas jugadas son más que detalles.

Argentina tiene abundancia de mitad de cancha hacia adelante, en las posiciones más cotizadas. Ahí el funcionamiento tuvo menos señalamientos por la jerarquía de nombres pesados. En cambio, en defensa había carencias y se necesitaba mayor dedicación. Por pereza o incapacidad (grave en ambos casos), Batista se encomendó al talento individual, a lo que pudiera producir Lionel Messi, el mejor jugador del mundo, y sus satélites de brillo propio, Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín, Carlos Tévez y Ángel Di María (ninguno titular en los cuatro partidos disputados). Nunca hubo un equipo. Armó la nómina para la Copa América con un criterio infantil, acumulando grandes delanteros y multiplicando volantes centrales, su posición en los lejanos tiempos de jugador. El resultado fue una lista previsiblemente descompensada, y cuando abandonó el único esquema que había ensayado en la previa del torneo se encontró sin variantes externas.

Batista no es el responsable de que el fútbol argentino se haya caído del mapa, de un deterioro sin precedentes. Su responsabilidad se cierne a la pobrísima performance en la Copa América de acuerdo a las herramientas de las que disponía. Ese mal rendimiento general sólo alcanzó para ganarle al juvenil seleccionado de Costa Rica.

Como alegoría de otros tiempos, Argentina se convirtió en una fábrica de virtuosos futbolistas, pero no logra la manufacturar un equipo real, con sustento colectivo y una estructura que potencie individualidades en lugar de encomendarse a ellas como único recurso. La penosa actualidad obliga a atender tanto lo urgente (un conjunto enclenque), como lo importante (si la Selección sigue siendo el buque insignia del fútbol nacional o crudamente un negocio al mejor postor). Porque si sólo se miran los síntomas sin profundizar en la causa de la dolencias, difícil será una mejora. No alcanza con placebos.
(Fotos: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 12 de julio de 2011

Messi es una víctima de la Selección

Tuvo que digerir dos agrios tragos antes de dar con uno de cierto dulzor; hasta disfrutable, comparado con aquellos. Transcurrida para Argentina la fase de grupos de la Copa América 2011, quedó expuesto que Lionel Messi es presa de un equipo con la pretensión de interpretar un libreto que dista de ser el más conveniente para el mayor talento del Planeta Fútbol. Sergio Batista, entrenador del equipo nacional, tiene en el rosarino al mejor del mundo, pero la idea que pregona y los difusos esbozos que se ven en la cancha marchan a contramano del sentido que transita el hombre del Barcelona. Messi es vertical; la Selección es horizontal. Messi es movilidad; la Selección es posicional.

Los empates con Bolivia y Colombia expusieron con más claridad algo que ya se había podido vislumbrar con anterioridad en el ciclo Batista: La Pulga queda atada a una propuesta laxa y aletargada. Se asemeja a una Ferrari atorada en un embotellamiento de alguna arteria del centro porteño. Marear la pelota hacia los costados y hacia atrás una y otra vez no implica ninguna virtud; el cuidado conservador es un demérito para los conjuntos que se pretenden protagonistas.

Frente al modesto combinado juvenil de Costa Rica, Messi se ubicó detrás de Gonzalo Higuaín, ariete albiceleste. Con grandeza y generosidad, fue el jugador más colectivo en una Selección que apuesta a la diferencia individual desde el poco apego del DT al trabajo táctico, algo preocupante en un fútbol donde los detalles son muchas veces la diferencia entre ganar y perder. Regaló pases con precisión quirúrgica, que eran dagas en el área rival; sin embargo, no parece conveniente transformar a un futbolista que hizo 53 goles en la pasada temporada en un asistidor.

Al margen de las contradicciones del entrenador, de las cuales la más evidente (y peligrosa de cara al manejo del grupo) fue la de señalar que consideraba a Tévez como Nº9 y que no estaba en sus planes para luego convocarlo y hacerlo titular como puntero izquierdo, lo más preocupante pasó por la conformación de la lista, absolutamente desbalanceada. De los siete mediocampistas que citó, cinco son volantes centrales y de los seis atacantes, cinco actúan de centrodelanteros. Entonces, cuando en apenas 180 minutos dejó de lado la idea a la cual había apostado en los 20 días en los que dispuso de los jugadores para preparar la competencia, encontró las limitaciones de su propia elección. De todos modos, le alcanzó ante la endeblez costarricense; la victoria fue inobjetable, pero el funcionamiento de acuerdo al material del que se dispone siguió lejos de ser destacable; más bien lo contrario. El próximo escalón, Uruguay en cuartos de final, implicará un desafío muchísimo más complejo.

Messi es el mejor jugador del mundo, sus ámbitos son el Barcelona y la Selección argentina. Pese al abismo de funcionamiento que hay entre los dos conjuntos, en ambos lo rodean cracks y muy buenos futbolistas. Ese es su mundo, la elite. ¿El entrenador argentino está capacitado para habitarlo?
(Foto: Elpais.es-Reuters)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 5 de julio de 2011

A 25 años de un triunfo eterno

Eran tiempos de télex, no de Twitter; y las fotos nacían en un cuarto de revelado en lugar de retocarse con Photoshop y volar por el ciberespacio. Mucho giró el mundo para un presente que poco se asemeja a ese pasado que parce aún mucho más lejano en tantas cosas. Pero un grito, una celebración, un festejo, quedó detenido en el tiempo para siempre. Hace 25 años, en México, Argentina lograba su último título mundial y daba lugar a la página más épica de la historia del fútbol nacional. Lo hacía con la marca a fuego del mejor jugador de todos los tiempos, Diego Armando Maradona.

La Mano de Dios, el gol más golazo de la vida, la interminable carrera a la eternidad de Jorge Luis Burruchaga, el llanto de Carlos Salvador Bilardo abrazado por Pedro Pablo Pasculli y Diego en andas con la copa son algunas instantáneas que aparecen nítidas de aquella consagración mexicana. Se trató de un equipo que forjó su identidad a contracorriente; con muchos garrotazos y contadas muestras de apoyo, logró revertir a una mayoría que no había creído en sus posibilidades para luego rendirse ante su magnificencia.

No hay manera de concebir aquel equipo sin Maradona, pero también es un reduccionismo demasiado injusto colocar a ese seleccionado apenas como un apéndice del Barrilete cósmico que danzó por el Estadio Azteca, con esa zurda como una pluma de incomparable exquisitez y el césped vuelto el más fino papel para escribir el poema perfecto del fútbol.

Aquel seleccionado enfrentó a cuatro a campeones mundiales. Se trató del empate 1-1 con Italia en la primera fase y los triunfos ante Uruguay, 1-0 en octavos; Inglaterra, 2-1 en cuartos, y Alemania, 3-2 en la final. El resto de los encuentros fueron las victorias frente a Corea del Sur y Bulgaria, en la fase de grupos, y Bélgica, en semifinales.

Delante del arquero, un líbero y dos stoppers, cinco mediocampistas ajedrecísticamente dispuestos y dos delanteros conformaron el sistema trabajado con obsesión durante casi cuatro años. Además, Bilardo supo hacer los cambios de intérpretes necesarios sobre la marcha. Así, entre el debut con Corea del Sur y la final con Alemania el equipo tuvo modificaciones. Néstor Clausen salió en la línea de fondo por José Luis Cuccifo, el sector izquierdo del medio campo fue ocupado por Julio Olarticoechea y no ya por Oscar Garré y Pasculli dejó su lugar en la delantera para que allí se acomodase Maradona y Héctor Enrique ingresase en la mitad de la cancha. Pero la base siempre estuvo muy clara: Nery Pumpido, José Luis Brown, Oscar Ruggeri, Ricardo Giusti, Sergio Batista, Burruchaga, Maradona y Jorge Valdano jugaron los siete partidos como titulares (Olarticoechea también disputó todos los partidos; pero ingresó como suplente en los cuatro primeros y estuvo desde el arranque en los tres últimos).

Se cumplen las Bodas de Plata del último gran logro del fútbol nacional, cuando Maradona se convirtió en bandera. Un festejo que será para siempre.

Patricio Insua
patinsua@gmail.com