viernes, 22 de junio de 2007

Diez de Copa

Durante el último invierno boreal, Juan Román Riquelme atravesaba por su momento futbolístico más difícil. El Villarreal, club que meritoriamente logró ser considerado de segundo orden por su desempeño en las últimas ediciones de la liga española, prescindía de sus servicios como jugador. El conjunto que lo había apañado y donde era adorado por los hinchas le abría la puerta para invitarlo a salir por decisión del entrenador Manuel Pellegrini. Con los hechos consumados quedaría en claro que no se trataba de una relación necesaria, ya que a Riquelme le fue muy bien sin el Villarreal y el conjunto español continuó con buenas faenas sin el enlace argentino.

Un Mundial en el que no rindió de acuerdo a lo que de él se esperaba, la renuncia a la selección con excusas difíciles de aceptar en un futbolista profesional y las pocas buenas actuaciones en sus últimos partidos en el Submarino Amarillo oscurecían el horizonte de un jugador en el umbral de los 30 años.

Pero con la serenidad característica hizo su jugada. Una apuesta fuerte en la que colocó todas sus fichas y cuando la bola se detuvo hizo saltar la banca. Regresó a Boca, su lugar en el mundo pero donde la lupa sobre su juego tendría mayor aumento para no perder detalle, y tuvo, muy posiblemente, el mejor semestre de su carrera. Con su alquimia futbolística trasformó todos los signos de interrogación por sus últimas actuaciones y los meses de inactividad que arrastraba al llegar al club de la Ribera en coloridos signos de admiración. Si por sobre todos los nombres resalta y queda en la historia el de Carlos Bianchi por las Copas Libertadores obtenidas en 2000, 2001 y 2003, la edición 2007 le guarda ese lugar a Riquelme. En los últimos años pocas veces un jugador fue tan decisivo para la obtención del máximo trofeo sudamericano como en esta oportunidad el número 10 de Boca.

Juan Román Riquelme cambió. Mantuvo su esencia, pero le agregó un plus. Mostró una verticalidad y una movilidad que antes no aparecían en su juego; pruebas de esto son el golazo ante Racing por el torno local y su segundo tanto en la final ante Gremio en Brasil. Los números dan cuenta: con 8 tantos, 3 de ellos en las finales, fue el goleador de Boca en la Libertadores. En otros tiempos Riquelme lanzaba pases deliciosos pero no acompañaba la jugada, no pisaba el área, mientras que en esta nueva versión fue habitual verlo terminar una acción de ataque (hayan sido gol o no) en posición de centro delantero. El segundo gol en Porto Alegre, al empujar al pelota a un metro de la línea de gol luego de 80 minutos de juego y con el marcador global 4 a 0 dan cuenta de un renovado Riquelme.

Sumó también voz de mando. Se transformó en referente de los más jóvenes, en el encargado de juntar a sus compañeros en la mitad de la cancha en las buenas y en las no tan buenas y se puso por delante cuando hubo que enfrentar a la prensa.

Como ya se habrá acostumbrado el propio Riquelme, en su vida como jugador hay cataratas de rosas o lluvia de espinas. Nunca dejará de dividir las aguas, algo raro en un jugador que sólo se expresa con su juego, porque jamás se escuchó de él una declaración altisonante, provocadora o fuera de lugar. Hoy Riquelme es claramente el mejor jugador del fútbol sudamericano y buscará ratificarlo en la Copa América, ya que a su gran momento se agrega el regreso a la selección. Habrá que ver si su día a día continuará en Boca o, como se rumorea, en uno de los más grande de Europa, con lo cual podrá saldar una deuda personal, la de destacarse en un peso pesado de una de las ligas más poderosas del planeta.
(Foto: Fotobaires.com)

Patricio Insuapatinsua@gmail.com

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